Coleccionar fotografías es
coleccionar el mundo.
La fotografía se ha convertido en
un rito social, una protección contra la ansiedad y un instrumento de poder.
Mediante las fotografías cada
familia construye una crónica-relato de si misma, un estuche de imágenes
portátiles que rinde testimonio a la firmeza de sus lazo. Poco importa que
actividades se fotografían siempre que las fotos se hagan y aprecien. La
fotografía transforma en rito de la vida familiar justo cuando la institución
misma de la familia, en los países industrializados de Europa y América,
empieza a someterse a una operación quirúrgica radical. A medida que esa unidad
claustrofóbica, el núcleo familiar, se extirpa de un conjunto familiar mucho
más vasto, la fotografía la fotografía la acompañaba para conmemorar y
restablecer simbólicamente la continuidad amenazada y el ocaso del carácter
extendido de la vida familiar. Estas huellas espectrales, las fotografías,
constituyen la presencia vicaria de los parientes dispersos. El álbum
familiar se compone generalmente
de la familia extendida, y a menudo es lo único que ha quedado de ella.
Si las fotografías permiten la
posesión imaginaria de un pasado irreal también ayudan a tomar posesión de un
espacio donde la gente está insegura. As, la fotografía se desarrolla en
conjunción con una de las actividades modernas más características: el turismo.
Por primera vez en la historia, grupos numerosos de gente abandonan sus
entornos habituales por breves periodos . Parece decididamente anormal viajar
por placer sin llevar una cámara. Las fotografías son la prueba irrefutable de
que se hizo la excursión, se cumplió el programa, se gozó del viaje. Las
fotografías documentan secuencias de consumo realizadas en ausencia de la
familia. Los amigos, los vecinos. Pero la dependencia de la cámara, en cuanto a
aparato que da realidad a las experiencias, no disminuye cuando la gente viaja
más. El acto de fotografiar satisface las las mismas necesidades para los
cosmopolitas que acumulan trofeos fotográficos de su excursión en barco por el
Nilo o sus catorce días en China, que para los turistas de clae media hacen
instantánes de la torre Eiffel o las cataratas del Niágara.
El acto fotográfico, un modo de
certificar la experiencia, es también un modo de rechazarla; cuando se confina
a la búsqueda de lo fotogénico,, cuando se convierte la experiencia en una
imagen, un recuerdo. El viaje se transforma en una estrategia para acumular
foto. La propia actividad fotográfica es tranquilizadora, y mitiga esa
desorientación general que se suele agudizar con los viajes. La mayoría de los
turistas se sienten obligados a poner la cámara enter ellos y toda cosa
destacable que les sale al paso.
La gente
despojada de su pasado parece la más ferviente entusiasta de las fotografías.
La fotografía se ha transformado en uno de los medios
principales para experimentar algo.
Una vez terminado el
acontecimiento, la fotografía aún existirá, confiriendo una especie de
inmortalidad e importancia de la que jamás habría gozado de otra manera.
Precisamente porque seccionan un
momento y lo congelan, todas la fotografías atestiguan la despiadada disolución
del tiempo, Las cámaras comenzaron a duplicar el mundo en momentos en que el
paisaje humano empezaba a sufrir un vertiginoso ritmo de cambios: Mientras se
destruye un número incalculable de formas de vida biológica y social en un
breve periodo de tiempo, aparece un artefacto para registrar lo que está
desapareciendo.
Cada fotografía es un momento
privilegiado convertido en un objeto delgado que se puede guardar y volver a
mirar.